Una persona optimista al enfrentar un
problema sabe separar la parte que lo beneficia dejando de lado aquella que lo
perjudica. Toma de cada experiencia una enseñanza y se proyecta de una manera
mejor. Espera con confianza la solución del problema que lo aqueja. Asume los
contratiempos como grandes pruebas para probar su resistencia y su entereza.
Sabe que el dolor no es fácil de superar pero lo intenta una y otra vez. En el
camino puede sentirse perdido pero siempre buscará una luz para guiarse y
continuar…
Así
como hay gente que es una canto a la vida, hay otros que son un canto a la
decepción. Y a veces contagian su negatividad a su interlocutor, dejándole una
sensación de amargura.
Sería
bueno andar siempre por la vida tratando de encontrar el lado positivo de las
cosas; ver el vaso medio lleno y no el vaso medio vacío. Que un día de lluvia
no sea considerado un día desperdiciado, sino agradecerlo por su posibilidad
intrínseca de un día más para vivir.
El
optimismo se contagia. Así como es más fácil sonreír en lugares donde abundan
personas que sonríen, sería más fácil ser optimistas si estuviéramos rodeados
de gente así. Pero no esperemos que los demás siempre nos contagien su
optimismo a nosotros. ¿Por qué no comenzamos nosotros?
Aprender
a mirar la vida de una manera mejor, seguramente nos ayudará a ser mejores. Y
si todos los seres humanos pusiéramos nuestro pequeño granito de arena para
mejorar, sin duda alguna, el mundo sería un lugar mucho mejor donde vivir.
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